Las organizaciones sociales están formadas por un
cierto número de personas que se han reunido con finalidades explícitas para
conseguir ciertos objetivos, objetivos en permanente reconstrucción. Su
funcionamiento requiere un conjunto de normas y procedimientos que regulen las
relaciones entre los miembros constantemente, las competencias de cada uno y el
nivel de responsabilidad que les corresponde. Las organizaciones se
autodesarrollan desde la perspectiva del cambio, de allí su dinámica, su acción
de organizar y su administración que se van adecuando en una relación infinita
a las exigencias del contexto.
Esta visión, desde un esquema simple, netamente
racional, es coherente, de allí, surgió la preocupación de entender a la
organización desde una postura clásica, donde la división del trabajo implicaba
que los puestos se iban haciendo cada vez más especializados, lo cual derivaba
la necesidad de sincronización entre ellos por medio de la coordinación.
La organización se fue desarrollando desde diversos
puntos de vista. Los objetivos burocráticos de la organización tenían como
finalidad reducir la incertidumbre; desde la postura humanista, se tiende a
estudiar la consecución de los fines durante el proceso de las relaciones
interpersonales, dado que su estructura es de tipo social y cada persona tiene
una situación social en ella y se ve influida e influye en sus intereses y
valores personales; de igual forma se da importancia al liderazgo, y, por
último, la postura moderna considera que la organización constituye un sistema
o un conjunto de sistemas. Comprendiendo al sistema como el conjunto de partes
interrelacionadas que recibe insumos, actúan sobre ellos de un modo planeado y,
en esa forma, producen ciertos resultados. La característica adicional de un sistema,
que representa las funciones administrativas de control, es un mecanismo de
retroalimentación (Bennis 1973; Peters y
Waterman 1982; Burke 1988; Davis y Olson 1990; Soto 1992).
Todas estas perspectivas se implementaron como una
respuesta a los cambios emergentes que aparecieron en su contexto, así el
desarrollo organizacional fue una respuesta para adecuar a las organizaciones a
estos cambios, pero siempre en un marco racional y lógico.
Surgieron elementos que permitieron a las
organizaciones de una u otra forma adecuarse a las transformaciones que la
realidad iba manifestando, como por ejemplo: la planeación estratégica, la
acción estratégica, la cultura organizacional, la participación en las empresas
japonesas, trabajadores más preparados, conceptos como gestión de calidad
total, reingeniería, que fueron adecuándose a las organizaciones para una búsqueda
de mejores resultados. Todo ello enfocado a las organizaciones productivas, y
que fueron traspasadas a las organizaciones educativas.
Así, las organizaciones productivas se
reestructuraron de acuerdo a las ideologías que fundamentaban el quehacer de las
instituciones en la sociedad.
Estas transformaciones a las que se enfrenta la
organización educativa parecen ante sus ojos fenómenos confusos y
desconectados, esto se debe a menudo a que no está claro lo que impulsa y el
contexto donde se desarrollan las organizaciones educativas. Pero eso no es
todo. El mismo contexto es profundamente confuso y complejo. La condición
postmoderna es compleja, paradójica y controvertida. Sin embargo, es significativa
y tiene profundas consecuencias para la educación y la enseñanza en áreas tan
distintas como la gestión desarrollada en el nivel de la organización
educativa, la cultura de colaboración, la potenciación del profesorado, el
cambio en la organización (Hargreaves
1998).
Estos factores han producido en las organizaciones
educativas incertidumbre, perplejidad; han hecho tambalear el sistema
educativo; lo que antes era seguro, bajo la mirada moderna, ahora ya no lo es;
lo que el proyecto de modernidad realizó, supuso un extraordinario esfuerzo
intelectual de los pensadores de la Ilustración para desarrollar la ciencia
objetiva, la moralidad y la ley universal, y el arte autónomo, de acuerdo con
su lógica interna (Ferguson 1989; Pérez Gómez 1998; Hargreaves
1998; Morín 2001).
La idea consistía en utilizar la acumulación del
saber generado por muchos individuos que trabajaban de manera libre y creativa
para conseguir la emancipación humana y el enriquecimiento de la vida
cotidiana. El desarrollo de formas racionales de organización social y de modos
racionales de pensamiento prometían la liberación de las irracionalidades del
mito, la religión y superstición; la liberación del uso arbitrario del poder,
así como del lado oscuro de nuestra propia naturaleza humana. Sólo a través de
ese proyecto podían ponerse de manifiesto las cualidades universales, eternas e
inmutables de toda humanidad.
Sin embargo, el paradigma postmoderno vino a
redescubir un mundo enajenado por el racionalismo, y trajo para las
organizaciones la incertidumbre y el esfuerzo necesario de cambiar. Pero estos
cambios se ampararon en una realidad expandida en la incertidumbre y encadenada
por los límites económicos. Quizás podríamos pensar en una nueva modernidad
basada en una nueva racionalidad.
Obtener resultados de calidad significa la
satisfacción de las necesidades y expectativas de los clientes (Santana 1997); las organizaciones educativas han tendido a
forjar, al amparo de esta nueva visión del mundo sin fronteras dada por la
postmodernidad, una nueva relación con su entorno, ya no guiadas por un
director de escuela tradicional, sino que por un administrador educacional, que
bajo una perspectiva de gestión de calidad total pretende encauzar el rumbo de
las instituciones, que, ciegas, deambulan por el océano complejo de los
sistemas sociales. Pero este capitán de la postmodernidad tiene como esqueleto
organizacional un esquema orientado a satisfacer el mercado, basado en la
autonomía de la institución, pero vestido con estructuras dependientes y
limitadas.
Pretendemos entender las organizaciones
(organizaciones educativas preferentemente) desde la perspectiva del
pensamiento complejo.
El paradigma de la complejidad, desde el contexto
de las organizaciones, busca reorientar el rumbo de las mismas. Realiza una
nueva lectura de cambio, desde mirada distinta, la mirada que implica
innovaciones muy profundas en las estructuras mentales de los que interaccionan
en las organizaciones educativas.
Comprender la nueva lógica compleja que nos trae el nuevo paradigma de la complejidad significa superar el error de creer que teníamos que empezar a cambiar las escuelas: las escuelas son el reflejo de nuestra forma de pensar, y cambiar de forma de pensar es posible (Ferguson 1989).
Comprender la nueva lógica compleja que nos trae el nuevo paradigma de la complejidad significa superar el error de creer que teníamos que empezar a cambiar las escuelas: las escuelas son el reflejo de nuestra forma de pensar, y cambiar de forma de pensar es posible (Ferguson 1989).
Las organizaciones necesitan esta nueva forma de
pensar, el respeto humano equivale no sólo a mirarnos a nosotros mismos, sino
también la interrelación que sostiene con el medio ambiente. Lo humano conlleva
a redescubrir el hábitat donde éste se desarrolla, y el hábitat coexiste con
él. La desaparición de uno lleva a la desaparición del otro, la
auto-eco-organización evita esto. La visión unidimensional no lo considera.
De allí que abogar por una nueva organización
educacional, a partir de la mirada compleja, permite elaborar no sólo un
currículo transdisciplinario, donde su característica primordial es desarrollar
esquemas cognitivos capaces de atravesar las disciplinas, con una virulencia
tal, que implica una nueva visión, una nueva vivencia, una nueva forma de
autotransformación, una nueva manera de conocer y hasta un nuevo arte de vivir;
también, un respeto ecológico del contexto y de lo humano.
Mirado así, la transdisciplinariedad en la
organización educativa tiene por finalidad la comprensión del mundo presente
desde el imperativo de la unidad del conocimiento. Su interés es la dinámica de
la acción, y se apoya en la existencia y percepción de distintos niveles de
realidad, en la aparición de nuevas lógicas y en la emergencia de la
complejidad.
Quizás veamos en esta nueva concepción de
significados, que elaboraría esta nueva conciencia, que nuestros pensamientos
expandidos ilimitadamente por el infinito son los que giran alrededor del sol y
no los planetas. Quizás tendremos la capacidad de explicarles a los niños por
qué las estrellas no se caen y por qué el sol y la luna no se besan. Es la
capacidad de sentirnos libres e ilimitados en el infinito de nuestras
inteligencias.
Al cambiar la manera de pensar, cambia también la
organización educacional. Debemos ser capaces, como señala Morris Berman (1999), de ver el reencantamiento del
mundo desde un nuevo amanecer. Desde un nuevo pensamiento. Desde una nueva
organización, llena de corazones humanos.
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