En las últimas décadas el
tema del liderazgo en educación es un tema recurrente que genera fobias y
filias. El termino liderazgo, en general, no es bien recibido en los ámbitos
educativos. Se asocia con un discurso y un modelo de organización ubicado en
enfoques más propios del mundo de la empresa que del mundo de la educación.
Incluso se identifica de manera reduccionista con determinados enfoques sobre
el desarrollo centrado en el crecimiento en términos económicos a diferencia de
los enfoques de desarrollo de capacidades humanas (Nussbaum, 2011 y 2012). Se
ha percibido incluso como una moda perniciosa procedente del mundo de la
empresa y ajena a los valores que caracterizan el sector educativo. Desde esta perspectiva
se asocia el liderazgo con una visión individualista y elitista en relación al
trabajo en educación y con una pérdida de los valores y tradiciones
participativas y de trabajo en equipo propios de las instituciones educativas
(Longo, 2008). Se identifica así liderazgo con aquellas características que lo
presentan popularmente como capacidad gestora, excelencia individual y
ejercicio de poder, que son sin duda una concepción reduccionista del mismo.
El liderazgo directivo se ha
ido haciendo cada vez más complejo, ya que se le atribuyen mayores
responsabilidades y debe dar cuenta de los resultados obtenidos en el centro.
Las presiones externas más importantes provienen de la responsabilidad para
mejorar la calidad del sistema educativo y se plasman en los consejos escolares
locales. Según Gaziel (2008) esta situación es muy similar en casi todos los
países y es una consecuencia del fenómeno de la globalización, del afán y
necesidad de los países por tener un sistema educativo competitivo y del supuesto
de que los directores y directoras juegan un papel clave en el éxito de las
reformas educativas. De acuerdo con García Garduño et al (2011), las exigencias
son mayores en los países asiáticos y en los países anglosajones. Pero, no
todas las presiones son externas, también existen cambios internos importantes
que están relacionados con los conflictos, con el personal de la escuela, con
los padres y madres de familia, así como con la disciplina de los estudiantes.
Está claro que cada vez más se concibe la educación como un fenómeno de alta
complejidad que no puede ser abordado satisfactoriamente sino es mediante una
visión compartida que aproveche lo mejor de todos los agentes que participan. Y
también cada vez más sabemos que para hacer bien nuestra tarea es importante
saber desarrollar mecanismos de interacción y de influencia interpersonal para
dinamizar a las personas y a los grupos en una determinada dirección. Pues
bien, esa es probablemente una de las principales tareas del liderazgo (Brugué,
Gallego y González, 2010) Probablemente no todas las acepciones del término
liderazgo son adecuadas para la educación. Pero conviene matizar el término y
su significado tanto como sea posible para aprovecharnos de los desarrollos y
estudios en torno al liderazgo en las organizaciones, de acuerdo con lo que
entendemos que son los objetivos de la educación, y así poder orientar y
motivar mejor nuestra tarea. Ejercer liderazgo significa principalmente
orientar y motivar (Losada, 2007). Orientar es mostrar y definir lo que se
pretende que logre la institución. Motivar es contribuir al desarrollo de las
personas que la forman -en este caso y de manera especial el profesorado y el
personal que trabaja en los centros educativos-, a partir del reconocimiento de
sus necesidades, intereses y sentimientos, y construir espacios que permitan
hacer compatibles tales características personales con las necesidades e
intereses de la institución. En definitiva, un buen ejercicio del liderazgo en
el centro promueve valores comunes, un saber hacer compartido, una cultura
docente y organizativo-colaborativa y crea equipo. Además, un buen liderazgo
debe estar acompañado de autoridad auténtica. De aquella autoridad que emana de
las personas con las que trabajas y que la reconocen sin que estén obligadas a
ello. No es fácil que una misma persona pueda combinar las dos funciones
principales del liderazgo con este ejercicio de autoridad, pero en educación es
necesario para que el liderazgo en el centro alcance sus objetivos. Conviene
recordar que liderar no es equivalente a dirigir (Guillem, 1994; Mintzberg,
1994; Frederickson y Smith, 2003; Fry, 1989). Dirigir significa más que
liderar, es utilizar recursos para lograr objetivos, gestionar prioridades e
información, decidir, presupuestar, organizar, coordinar, controlar, evaluar,
sancionar… Por ello, no siempre la dirección es liderazgo ni el liderazgo debe
suponer necesariamente dirigir. Sin embargo, en educación y en relación a la
cultura de centro se entiende que cuando hablamos del liderazgo en el centro
nos estamos refiriendo a la dirección del centro. La dirección de un centro
puede ejercer liderazgo, pero también puede ser ejercido el liderazgo sin tener
ninguna función directiva.
Precisamente porque la tarea
es compleja y los centros son organizaciones complejas también, cuesta creer
que baste la acción personal de alguien, ejerciendo o no función directiva,
para transformar en positivo las dinámicas de trabajo y educativas de un
centro. Es deseable que quien ejerza funciones directivas y en especial la
dirección de un centro posea las cualidades necesarias para ejercer liderazgo,
pero es igualmente importante que entienda que el cambio y transformación será
más eficaz y eficiente si el liderazgo en el centro no sólo recae en su
persona. Entre las cualidades necesarias para ejercer un buen liderazgo
educativo se encuentra la de reconocer que el liderazgo no es una cuestión
personal sino de equipo y comunidad, de sistema, entendiendo aquí el centro
como un sistema. 3. Tipos de liderazgo educativo Robinson (2010) establece tres
conjuntos básicos de competencias requeridas para un liderazgo pedagógico
efectivo que tienen un alto grado de interdependencia: 1. Tener un amplio
conocimiento pedagógico sobre el proceso de enseñanza aprendizaje. Este conocimiento
necesario para el ejercicio del liderazgo pedagógico, vincula el conocimiento
curricular y pedagógico con las dimensiones administrativas y de gestión. 2.
Saber resolver los problemas que se presentan en el centro en función de su
conocimiento pedagógico y de liderazgo. 3. Fomentar la confianza relacional con
el personal, las familias y el alumnado. El liderazgo, como proceso social, es
un fenómeno relacional en sí mismo, basado en la confianza, a diferencia de
otras actuaciones de autoridad, poder o manipulación. De este modo, un
liderazgo efectivo requiere tener competencias en la gestión y promover los
procesos que mejoran la enseñanza de su profesorado y utilizar las habilidades
interpersonales de manera que se construya la confianza relacional en la
comunidad escolar. En esta línea, el Australian Institute for Teaching and
School Leadership (2011), ha establecido los estándares del liderazgo de la
dirección de centros en función de la visión y los valores, el conocimiento y
la comprensión y las cualidades personales y sociales para la comunicación.
Esta propuesta implica cinco áreas de liderazgo (ver figura 1): enseñanza y
aprendizaje, desarrollo de los demás y de uno mismo, innovación y cambio,
gestión y compromiso en el trabajo con la comunidad.
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