La calidad no
sólo exige cambio para la mejora sino búsqueda de nuevas alternativas, es decir
nuevas formas de pensar y accionar. La innovación lleva a cambios pero más
sustantivos. Se realizan aquí unas breves consideraciones para caracterizar la
innovación, por su especial relevancia en la calidad de las organizaciones y,
en consecuencia, de los centros educativos.
Para Goñi
Zabala, (2001) "La innovación es una competencia o capacidad organizativa
que se manifiesta en la velocidad de respuesta y en el acierto en la adaptación
de la organización a los cambios previstos y observables en el mercado, a
través de la aplicación de conocimientos y tecnología, de la topología
organizativa y de las competencias de las personas, con resultados exitosos,
continuos y coherentes con la estrategia empresarial". Por su parte
Carbonell (2001) define la innovación "Como una serie de intervenciones,
decisiones y procesos, con cierto grado de intencionalidad y sistematización,
que tratan de modificar actitudes, ideas, culturas, contenidos, modelos y
prácticas pedagógicas. Y, a su vez, de introducir, en una línea renovadora,
nuevos proyectos y programas, materiales curriculares, estrategias de enseñanza
y aprendizaje, modelos didácticos y otra forma de organizar y gestionar el
curriculum, el centro y la dinámica del aula".
Como se puede
observar, ambas definiciones ponen énfasis en algunos rasgos diferentes, aunque
no contradictorios sino más bien complementarios. Es evidente la complejidad de
este concepto y su carácter multidisciplinar. Así mientras Goñi Zabala apunta a
la innovación como una competencia o capacidad de las organizaciones, Carbonell
destaca el carácter de intervención. Es importante subrayar la importancia de
la innovación como capacidad o competencia de las organizaciones, no muy
generalizada, con algunas iniciativas puntuales.
La competencia
exige generar necesariamente un clima adecuado hacia la innovación, unas
actitudes del personal de la organización abierta a los cambios, a la formación
y actualización permanente, inquietas y preocupadas por las nuevas corrientes y
necesidades educativas, en último término una política impulsada por la
dirección que permita un nuevo entorno, una nueva construcción social y
cultural que implique a todo el personal con el compromiso y la participación
de todos.
Pero a su vez la
innovación precisa acciones en una línea renovadora con actitud constructiva,
acorde con nuevas demandas y cambios previsibles para lograr adelantarse en las
respuestas. Todo ello se traducirá en nuevas formas de pensamiento, en nuevas
ideas y, en consecuencia, en nuevas formas de hacer, nuevos métodos y prácticas
pedagógicas, nuevos modelos, nuevos recursos, etc. Para Nachmias y otros (2004)
el cambio educativo es un componente de un proceso complejo y dinámico que
implica la transformación de modelos de comportamiento de los profesores,
cambios en la identidad escolar, mejora del desempeño del estudiante y
adaptación a los cambios del medio.
Debe ser
contextualizada, es decir, adecuada a la idiosincrasia de la organización y al
contexto cultural y social. Son las condiciones culturales y sociales, los
recursos, las necesidades etc. quienes determinarán el tipo de innovación más
acorde para ello. No todos los países ni todos los centros están en la misma
situación para poder desarrollar proyectos de cambio e innovación, pero, a
pesar de que las condiciones no sean lo más favorables por dificultades,
carencias formativas, de recursos, de medios, etc. Conviene impulsar esta
actitud, generadora de una cultura que permita a corto medio plazo implicarse
en esta dinámica.
Supone la
creación de una cultura y un clima adecuado en la organización, dirigido a
potenciar la transformación y el cambio, para lo cual es preciso que se
favorezcan desde la dirección las condiciones para ello. Así, una política de
actualización y formación permanente, un sistema adecuado de gestión del
conocimiento, la dedicación de recursos dirigidos a la innovación y a los
cambios y el impulso a participar en convocatorias de proyectos de innovación,
son factores que fomentan actitudes positivas y cambios en las personas. Con
ello se generará un nuevo ambiente, un nuevo entorno donde domine el espíritu
de transformación y cambio en todo su personal y especialmente en el
profesorado.
Afecta a toda la
organización. Una política de innovación no es una acción puntual dirigida a
algún aspecto de la organización educativa sino que se debe proyectar a todos
los ámbitos de la organización aunque muy especialmente a aquellos procesos
clave que constituyen la razón de ser o la esencia del centro. Evidentemente en
los centros educativos son los procesos de enseñanza aprendizaje quienes deben
centrar esencialmente las acciones innovadoras. Para López Yañez y otros (2000:
990) el cambio no sólo afecta a toda la organización sino incluso al contexto
que la rodea. Para estos autores el proceso de cambio ha de tomar al centro
educativo como unidad, de tal manera que cada uno lo orientará en función de
sus propias condiciones culturales, contextúales y sus propios recursos.
El factor
fundamental es la implicación de todas las personas de la organización, muy
especialmente el profesorado en el ámbito educativo, agentes fundamentales de
los cambios, de aquí la necesidad de impulsar una política de formación y
actualización permanente que sustenten y alimenten ideas renovadoras en las
formas de pensamiento y de acción. Políticas dirigidas al desarrollo del
potencial humano de la organización en un clima abierto al cambio, de trabajo
en equipo, con responsabilidad compartida, con reconocimiento y recompensas a
su labor, impulsada por el liderazgo de la dirección están en las bases de
cualquier acción innovadora, pero es precisamente aquí donde, como se analizará
posteriormente, se encuentran mayores problemas y resistencias para desarrollar
políticas renovadoras sostenidas.
Desde hace
algunos años las organizaciones, conscientes de la importancia de su personal,
desarrollan políticas dirigidas a estimular e impulsar la motivación de su
personal, ofreciendo posibilidades de formación y actualización y, en
consecuencia, de desarrollo personal, factores que no sólo contribuyen al
propio desarrollo de la organización sino también a satisfacer las necesidades
y expectativas de su personal. Fruto de esta nueva perspectiva están las
políticas de formación y reciclaje de las empresas, la importancia de los
departamentos de recursos humanos, el desarrollo de competencias vinculadas a
la formación y a la promoción interna, entre otros aspectos, la incorporación
de sistemas de gestión del conocimiento y otros esfuerzos que, aunque no
todavía generalizados, se observan en muchas de las organizaciones, algunas de
ellas educativas.
Ahora bien, la
innovación no debe llevarse a cabo únicamente como acciones individuales o de
algunos grupos de las organizaciones, exige muy al contrario un esfuerzo de
toda la organización, de todo su personal, en otro caso quedará como una acción
puntual que difícilmente generará una política sostenida innovadora. Es
evidente que el nivel de colaboración y el tipo de colaboración varía en
función de las diferencias en los tipos de competencias o capacidades que conjuntamente
contribuirán al éxito de los proyectos en una labor de trabajo en equipo que
aúne esfuerzos. Carbonell (2000), abundando más en esta línea y subrayando la
importancia del profesorado llega incluso a afirmar que las propuestas
innovadoras que parten de abajo, del propio colectivo docente tienen más
posibilidades de éxito y continuidad que las que emanan desde arriba. Las
innovaciones tienen que basarse en la confianza en el profesorado y no en su
exclusión. No cabe duda de que el profesorado es agente fundamental de las
innovaciones y, en consecuencia, protagonista fundamental en los centros
innovadores.
La innovación
debe planificarse, partiendo de un estudio de necesidades, conocimiento de las
teorías, modelos y estrategias de los cambios y las variables que condicionan
el éxito de la implantación de los planes. No tiene ni debe tener un carácter
improvisado de ideas más o menos originales o creativas que se ponen en marcha
para posteriormente ver los resultados que se obtienen. No supone un cambio sin
más y existe una cierta tendencia a estas creencias. Muy al contrario, exige un
análisis diagnóstico de las necesidades y de la realidad del centro y del
entorno para que la innovación pueda responder a necesidades reales, dar
respuesta fundamentada en los análisis. A partir de este conocimiento, se
analiza la viabilidad del proyecto, los recursos materiales y personales con
que cuenta, factor fundamental en la puesta en marcha de cambios en las
organizaciones.
Ahora bien, para
contribuir al éxito de la implantación de estos procesos de cambio o de
innovación, Ensminger y otros (2004) señalan la necesidad de incorporar
variables, tanto si las innovaciones son instructivas o de otro tipo, más
familiares, más orientadoras para los agentes de los cambios de forma que
puedan favorecer la puesta en marcha de las mismas. Para estos autores los
modelos tradicionales de planificación de los procesos de los diseños
instructivos ("Modelo ADDIE"), diferenciados en cinco fases:
Análisis, Diseño, Desarrollo, Implantación, y Evaluación, aún cuando las
actividades o prácticas asociadas con cada fase guían el desarrollo de
implantación del plan en cuestión, no son suficientes ni posibilitan una
dirección adecuada para lograr un producto final o una innovación adecuada,
suponiendo una pérdida de esfuerzo, tiempo y recursos. Subrayan la necesidad de
un cambio para facilitar el éxito de la implantación del plan y, en
consecuencia, de los productos alcanzados. Es sin duda, uno de los grandes
retos para lograr planes de innovación con éxito y para garantizar políticas
educativas innovadoras sostenidas en un clima que impulse los cambios
fundamentados, valorados y diseñados. Además del diseño y de la consideración
de las variables condicionantes de los cambios, los diseños deben conllevar,
como los modelos ADDIE, sistemas de evaluación que permitan valorar el éxito o
la magnitud del cambio en la organización.
Todo ello
precisa de planes perfectamente planificados, valorados en el proceso del
diseño en todos los componentes, para garantizar su adecuación y viabilidad,
ajustados y concretos en sus objetivos, en sus guías y estrategias para los
responsables directos de la implantación y desarrollo y un sistema de
evaluación, coherente con los objetivos, para ser aplicado, tanto a lo largo
del proceso como en los productos finales alcanzados.
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